Historia

LA TUNA EN EL TIEMPO (Brevísima suma)
LOS GOLIARDOS

Podría decirse que el antecesor del «tuno» es el goliardo, nombre con el que se conoció a clérigos y estudiantes errantes de las universidades europeas durante el medioevo. Pero esto no es enteramente cierto por ser ambos fenómenos inconexos, aunque la vida licenciosa de los escolares sea algo en común.

Aquellos fueron la contracultura de la época, los poetas malditos e intelectuales críticos del status quo. Le cantaban al amor carnal, a la fortuna, el vino y los placeres mundanos. Por su licenciosa vida en el Concilio de Rouen en 1072 se les condena. La palabra Goliardo tal vez venga del francés gouliard que significa gula. En otras palabras entregados al placer de comer o de lengua larga. Otras versiones apuntan que viene del latín gens goliae o gente del demonio. Una etimología bastante interesante es aquella que relata cómo San Bernardo de Claraval, en carta al Papa Inocencio II, llama «Goliat» y hereje al famoso maestro y «goliardo» Pedro Abelardo.

Se dice que los goliardos formaron una sociedad secreta u Ordo Goliae, aunque jamás se comprobó su existencia más allá del mito. En la actualidad cualquiera se familiariza con los goliardos a través de obras como la de Karl Orf y el «Carmina Burana». La letra de la obra en su totalidad se basa en la poesía goliárdica. Los goliardos  gustaban de hacer apología a temas non sactos como el vino, las tabernas, la apuesta, la fortuna, el amor sensual y las mujeres.


LOS MANTEÍSTAS, SOPISTAS  Y TUNOS

Por varios siglos los estudiantes en las universidades hispánicas vistieron sotana, bonete (sombrerito que los sacerdotes usaban) y una capa clerical con cuello alzado llamada manteo, que usaban cruzada al pecho como quien se envuelve.

Es esta prenda que le da nombre al estudiantado común: «manteístas». Hacia el siglo XVIII se puso de moda el sombrero tricornio, transformándose en una prenda que llegó a caracterizar a los estudiantes. A la encarnación más pobre de manteístas  se les llamó despectivamente «sopistas» por vivir de la «sopa boba», bodrio que en las puertas de los conventos se repartía a mendigos y menesterosos. Según se dice la sopa era preparada con los restos de comida de los  refectorios, aunque en realidad parece ser que eso era más un mito nacido del prejuicio, existiendo testimonios de que era comida bastante decente. De ahí que la cuchara sea en la modernidad el símbolo del sopista.

Amparados en la jurisdicción y privilegios que la universidad tuvo hasta el siglo XIX, los estudiantes cometían un sin fin de picardías que les ganó la fama de bribones. El francés Gustavo Reynier apunta: «Estos estudiantes famélicos y vagabundos, gorrones o caballeros de la Tuna, forman una suerte de vasta corporación, donde reina la igualdad más perfecta, donde se borra toda distinción social y cuyos miembros están indisolublemente unidos por los recuerdos de sus miserias comunes y la complicidad de cien fechorías». Aunque la palabra «Tuna» aparece recién en 1645, ya desde el medioevo habían estudiantes mendicantes, pero ¿cómo se les llega a llamar así? Se decía que el andar errando de pueblo en pueblo con una vida disoluta  o vagamunda era «correr la tuna». La palabra tal vez haya tenido origen en la pesca de atunes de las almadrabas gaditanas, con la corrupción del morisco «tun» (atún). Las almadrabas eran una atracción fuerte para toda suerte de pícaros.

La expresión «ir a la caza  de Túnez» era aventurarse a la pesca de atún, y quienes se daban a aquella vida eran tunantes. El fraile Martín Sarmiento (S. XVIII) compara la naturaleza nómada de los atunes con el carácter vagabundo de los tunantes.

El eximio filólogo consideró que quizá fue de esa palabra o del latín thunus que se formaron las voces tuno, tunante y tunar. El hambre era madre de todos los ingenios. En la novela «la Pícara Justina» se describe a siete estudiantes así: "no les holgaba miembro porque con los pies danzaban, con el cuerpo cabriolaban, con la mano izquierda daban cédulas, con la boca cantaban, con los ojos comían mozas y con el alma toda acechaban mi estancia".

LAS ESTUDIANTINAS DEL XIX

Con la abolición del fuero universitario en 1812 y de la ropa estudiantil en 1834 la costumbre de «correr la tuna» quedó extinta. La corriente ideológica de la época lo consideró como una superación de lo arcaico. Años más tarde, durante la época de carnaval, aparece romantizada la figura del estudiante clásico, acorde a las estampas costumbristas del siglo XIX. Diversas comparsas carnavalescas comenzaron a disfrazarse de estudiantes, haciéndose llamar «estudiantinas». Tal fue su éxito que surgieron tanto estudiantinas con músicos profesionales, como estudiantinas con verdaderos integrantes universitarios.

Las comparsas de carnaval iniciaron así el furor por las estudiantinas, a tal punto que grandes compositores de zarzuelas incluían pequeñas partes para ellas en obras como «El Barberillo de Lavapiés». Ello amén de componer temas exclusivamente para estas orquestinas. Entre todas las estudiantinas es necesario resaltar a dos: la «Estudiantina Española» y la «Fígaro». La primera aparece en 1878 conformada por estudiantes de familias acomodadas. Ellos representarían a su país en la Exposición Universal de París celebrada aquél año.

Para la ocasión, el sastre del Teatro Real confeccionó el traje que luego sería paradigma de todos los demás hasta la actualidad: “jubón y gregüescos de terciopelo negro con botones de acero, y ancho cuello de encajes; medias de seda, también negras; zapatos de charol con lazo de igual color y hebilla de acero; guante blanco de cabritilla; gorra de terciopelo con un nudo de cinta amarilla y encarnada en unos pocos; en los más, sombrero apuntado, y la funesta cuchara a guisa de escarapela”. Su triunfo en Francia y otros países probó equivocadas las críticas periodísticas que acusaban al grupo de mostrar una imagen retrógrada de España.

Es en aquél año que un director musical llamado Dionisio Granados forma un grupo de músicos profesionales llamado la «Estudiantina Fígaro» que debido a su arrollador éxito realizó giras por toda Europa y América. Con ese viaje se gestó una revolución cultural. En varios de los países que la Fígaro estuvo, entre ellos el Perú, aparecieron agrupaciones similares de muy corta vida para después ser asimiladas por el folclore local.

En España las Estudiantinas Escolares comenzaron a proliferar, dejando de lado nombres más lúdicos para asumir el de su establecimiento de estudios. Con el tiempo reclamarían para sí la herencia de aquellos antiguos estudiantes que «corrían la tuna» en el antiguo régimen, trocando la palabra «estudiantina» por «tuna».  La vestimenta continuó siendo sencilla, aunque el tricornio se redujo de tamaño y se prendió de un hombro una cinta grande con moño del color de la facultad a la que el tuno pertenecía. A pesar del espíritu alegre de la tuna, la guerra civil española se encargaría de marcar un antes y un después, haciendo que prácticamente desaparezcan.

Con la dictadura en el poder, toda manifestación civil era escrutada, más aún si era una expresión estudiantil. La tuna no fue ajena a ello. Se mandó que el Sindicato Español Universitario (SEU) regule e identifique a todas las tunas que volvían a formarse en las Universidades. Entre los cambios más importantes en el vestir del tuno en la postguerra resalta la pérdida del tricornio, símbolo por generaciones del «tuno». Además, a partir de 1950 se añade una prenda llamada «beca» que diferenciaría a las tunas por universidades y facultades según su color. Históricamente así como habían «manteístas» en el antiguo régimen, hubo en las universidades una casta de estudiantes conocidos como «colegiales». Ellos eran alumnos internos de establecimientos satélites a la Universidad, teniendo grandes privilegios sociales y protocolares. Los colegiales, casi siempre nobles de bajos recursos, eran becados por el reino o por un mecenazgo privado que se encargaba de su manutención y lujos. La insignia de su nobleza, como de los privilegios que gozaban, era una franja de seda, terciopelo o paño fino que vestían sobre los hombros y pecho llamada igualmente «beca». A diferencia de la moderna, su color correspondía al colegio que pertenecían.

Otro elemento que resalta a la vista son unas cintas con mensajes bordados que se colocan en la capa, regaladas por chicas a las que se ronda. Desde la edad media era costumbre en el amor cortés que los enamorados intercambien prendas. En el poema «Razón de amor con los denuestos del agua y del vino» el escolar dice de su dama que «ela connoçio una mi cita man a mano, qu'ela la fiziera con la su mano..». Debe mencionarse que las estudiantinas del siglo XIX prendían de su bandera cintas que instituciones les regalaban tras sus actuaciones. No puede asegurarse que una se haya cambiado por otra pero ¿ acaso serán las cintas un vestigio de su origen carnavalesco?

Conforme los años fueron pasando la sociedad recuperó lentamente sus libertades y la Tuna continuó su alegre camino, uno que va más allá de la política o la frontera cultural. Ello era de esperarse al tener como motor el ímpetu de la juventud. Atrás quedaría el régimen totalitario.

El traje continuó su evolución. A su diseño se le agregó faroles a los hombros. Los pantalones bombachos a la rodilla se trocaron por greguescos, también llamados calzones acuchillados y con su uso se emplearon las famosas calzas de pierna entera. Los botones se cambiaron por cremayeras y por puro pragmatismo la camisa fue reemplazada por sencillos cuellos y puños para colocar con velcro. Durante los años 70 se agregó la curiosa costumbre de coser sobre la capa los escudos de las ciudades que un tuno visitaba.

HOY

La tradición de la tuna es una bastante sencilla. Comprende solo ser estudiante, tener un instrumento, una dama qué rondar, mucho ingenio y sentido de aventura. El resto son romances que echamos a la sociedad para dar complejidad a algo que nació de la natural inclinación juvenil. Alguna vez equivocadamente alguien dijo que «un tuno sin tuna no es tal».  Falso. El tuno «es» porque existió incluso antes del propio génesis de la palabra tuno, tunante y tunar. Existió antes que la tuna y con certeza seguirá existiendo después de que la palabra muera como un arcaísmo lingüístico y la tradición extinga sus paradigmas establecidos. El tuno «es» porque su naturaleza le define y por eso trasciende en el imaginario popular.

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